Era una mañana soleada en el tórrido apartamento. Movía ligeramente el sofrito humeante mientras mi esposa sazonaba el ambiente con un bello cantar en el baño. El aroma de la cebolla cocinándose a modo lento me daba la guinda al pastel. Siempre había soñado con viajar al sur; es más, me moría de ganas de pisar territorio africano. No obstante me conformé con gusto de aterrizar en tierras insulares.
Nos habíamos conocido en un parque de la ciudad Condal, en Catalunya. Nos presentó una amiga en común y después de eso no hizo falta nada más. Follamos como conejos sin cesar aunque nuestra historia fue breve, ya que partí a Tailandia los días posteriores a un congreso de antropología moderna que duraba 3 días y se demoró seis meses. No tuve contacto en ese tiempo aunque mi cabeza me daba pinchazos y a veces me recordaban esos buenos días de lujuria.
Cuando volví cansado de las llanuras asiáticas y de una abstinencia de sexo abismal, un día por casualidad me la encontré igual de radiante en la avenida del Paral·lel como si no hubiera pasado ni una hora de aquel instante. Un inmenso paréntesis a mis ojos y un suspiro en esa joven de cara angelical con aquellos pequeños y dulces senos. Esa vez no la dejé escapar. Aunque hubiera tenido que luchar ferozmente hasta el final no la hubiera dejado escapar. Más tarde me di cuenta del porqué de aquella fascinación de mi subconsciente. Tenía un “firewall” de última generación combinado con una valla de espino y un muro de hormigón de seis metros de altura como protección ante cualquier visita no deseada que quisiera conseguir su Dorado. Como antropólogo novicio y experto mujeriego me encaramé a los obstáculos uno a uno con perfecta genialidad aunque ella no puso ningún problema en vernos de nuevo. Quizás todo su desmesurado sistema de protección quedo apagado a conciencia. Quizás.
Cuando volví cansado de las llanuras asiáticas y de una abstinencia de sexo abismal, un día por casualidad me la encontré igual de radiante en la avenida del Paral·lel como si no hubiera pasado ni una hora de aquel instante. Un inmenso paréntesis a mis ojos y un suspiro en esa joven de cara angelical con aquellos pequeños y dulces senos. Esa vez no la dejé escapar. Aunque hubiera tenido que luchar ferozmente hasta el final no la hubiera dejado escapar. Más tarde me di cuenta del porqué de aquella fascinación de mi subconsciente. Tenía un “firewall” de última generación combinado con una valla de espino y un muro de hormigón de seis metros de altura como protección ante cualquier visita no deseada que quisiera conseguir su Dorado. Como antropólogo novicio y experto mujeriego me encaramé a los obstáculos uno a uno con perfecta genialidad aunque ella no puso ningún problema en vernos de nuevo. Quizás todo su desmesurado sistema de protección quedo apagado a conciencia. Quizás.
El vaho tímido de la ventana duró lo mismo que mi impaciencia a qué saliera de la ducha. Me daba una rabia insufrible que tardara tanto en ducharse. Es más, cayendo en tópicos, ¡No entendía el porqué de tanta tardanza! Definitivamente nosotros teníamos mas carne para limpiar. En aquel instante ella salió empapada moviéndose con un desdén cometido. Avanzó lentamente como estrella ante oleadas de paparazzi y alcanzó la cúspide de mi montaña de fantasías. Tal fue el clímax como efímero el instante. Se dirigió a mi exaltada, quejándose de la temperatura del agua, de la humedad relativa y naturalmente, de la presión atmosférica…
- - Cariño, algo me ronda la mente…
Increíble. Yo me encontraba en medio de una batalla épica entre cebollas, tomates y ollas mientras calculaba la correcta cocción de la pasta, mientras ella me pedía un favor o un consejo o un comentario trivial, desnuda y empapada. Error 404, Intelligence not found. Me recuperé rápido y tomé una cerveza de la nevera. Todos mis pensamientos se desvanecieron y me puse en serio cuando oí la primera frase:
- He estado pensando en ese mapa y …
No me hacía falta pensar en nada más. Tomé otro sorbo y repetí al instante por naturaleza animal. Miedo era la sensación. Terror fue lo siguiente. No me consideraba una persona retrógata ni tampoco un “progre”, pero no me gustaba pensar en ello y desde luego me encantaba la idea de posponer ese tema en mucho tiempo. Lo intenté:
- ¡Mierda!, se me quema el sofrito
- Apaga el fuego, ¡rápido! – Espetó.
- ¡Joder la pasta! – repliqué
- No jodas tío, otra vez… - Añadió al instante.
- ¡Ala! Desfasada, no te digo que sea la primera vez pero tampoco es para tanto…
- No me cambies de tema, tenemos que hablar.
Jaque mate. Salí derrotado. Esto me recordaba cuanto la quería. Nadie antes había podido hacer eso. Nadie antes pudo hacerme sentir y joderme tanto, al mismo tiempo. Sabía darme lo mejor y quitármelo a tiempo para tocar los pies en el suelo. La quería como nadie había querido a nadie. Por eso y por todos esos pequeños detalles y por esos consejos sabía que era la mujer de mi vida. Por eso y por todo lo anterior no quería que participase en algo tan peligroso como buscar esas piedras.